Ser mexicano o mexicana tampoco implica el coronarse la testa con un enorme sombrero de paja ni lucir un sendo y apolillado rebozo de bolita que rescatado de su encierro de un año sale una vez más a la luz para ser usado de “rara estola” o “babero de antro”, según se dé el caso. Mientras hombres y mujeres; modernos carabineros y adelitas; “weekend warriors postmodernistas” de todos los rincones de la tierra chichimeca celebran la sangre derramada por los próceres patrios a grito imperpe de: “VIVA MÉXICO CABRONES”.
Estaremos de acuerdo, en el hecho de que, dado el bajo nivel de educación nacional, los valores identificados con la resonante patria y orgullo racial prácticamente se dan por olvidados o intercambiados por chillonas estampitas de bustos representativas del cura Hidalgo, el valiente Morelos, así como el genio militar de Allende, revueltas con algún personaje de los pokemon, teniendo más valor estas últimas, ya que, como lo indican sus empaques: son “coleccionables”.Por lo tanto y en resumidas cuentas, haber nacido en México no es suficiente para considerarse un mexicano completo. Hace falta apoyarse en las fuertes raíces de nuestro pasado y conocerlas, amar lo que somos, lo que fuimos y lo que podamos llegar a ser, disfrutar lo melodioso de nuestro idioma e hincharnos de orgullo al escuchar un poema de Nezahuacóyotl en autóctonos sonidos nahuatlacas.
Eso sí es ser mexicano y sentirse mexicano. El mexicano respira, camina, vive y muere como lo que es, acunado desde la primera luz de la vida en un rebozo, rodeado de cactus y alboradas que se escurren de entre los cerros de nuestra irregular orografía, amamantado por los colores de sus ropas y el preciosismo de su artesanía; nutrido por su lenguaje florido, chispeante y pringado de palabras endémicas, pero suyo, muy suyo.
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